Escrito por: Letras Corsarias, Librería
Nos
lo estamos pasando pipa con la selección de artículos periodísticos de
Charles Dickens que Dolores Payás ha
reunido y contextualizado de manera brillante en ‘Pasiones púbicas, emociones
privadas’, publicado por Gatopardo.
Estamos a finales de noviembre de 1852, se acaba de celebrar el funeral de
Estado del Duque de Wellington y Charles considera que ya está bien de
mercadear con la muerte, de convertir en propaganda el último paso e incentivar
con ello negocios funestos (ja). Un tema que le preocupa y sobre el que escribe
en su periódico semanal Household Words.
Porque Dickens fue, antes que novelista de
tremendo éxito, un periodista que desempeñó todos los escalones del oficio
(aprendiz juvenil, cronista con seudónimo, redactor, director, editor) y
cultivó todos los géneros posibles.
‘El pingüe negocio de la muerte’ presenta un panorama de lo que venía siendo un
funeral hasta la época victoriana: “Se celebraban ceremonias muy poco
ejemplares que no honraban la memoria del muerto y, en cambio, deshonraban a
sus supervivientes, induciéndolos a vivir el momento de la muerte –el más
solemne de nuestros avatares humanos– distraídos en mascaradas absurdas y
despilfarros de toda clase, endeudándose hasta las cejas de manera insensata y
frívola”.
Pero aparte de lo que pueda decir él con su riquísima prosa, hace en ese
artículo algo bien moderno: compone un collage con anuncios por palabras
seleccionados de The Times que demuestran una forma de delirio comercial. Desde
el alquiler de habitaciones y balcones con vistas al “imponente espectáculo” a
la venta de toda clase de reliquias del finado: cartas autógrafas (con sus
respectivos sobres), un mechón de pelo ofrecido directamente por el hijo de uno
de sus peluqueros, un chaleco llevado “hace unos cuantos años” e incluso un
ejemplar de ‘La mort de Napoleón’, de Alessandro Manzoni, que a su Gracia el
duque no le debió de gustar porque lo destrozó antes de arrojarlo por la
ventana de su carroza cuando pasaba por una zona de Kent.
Al final encontramos un Dickens esperanzado,
por todo lo dicho, en que los funerales de Estado hayan descendido a su propia
tumba.
Mirar la realidad de hoy con ojos del Dickens de
siempre puede ser una buena tarea para ratos muertos, buscar esa extrañeza. Qué
hubiera pensado del reciente funeral de Isabel II, válgame. Un tipo que no
paraba quieto, que miraba desde la distancia y que se intentaba colocar del
lado del más débil. Con un periodismo así nos conformábamos.
Opiniones
Opiniones
No hay comentarios, sé el primero en comentarValoración media
¿Has leído este libro?
Valóralo y comparte tu opinión con otros usuarios
Escribir mi opinión