Cuando llega el cartero y me
entrega uno de los habituales envíos de mis amigos de Nórdica Libros, no puedo
negar que un efluvio de ilusión recorre m espina dorsal. Ya no hace falta que
repita de nuevo la calidad de las ediciones que Diego Moreno y su equipo nos
llevan regalando tantos años, pero hoy quería hacer una breve reseña sobre este
gran texto que han tenido el detalle de enviarme: “Elogio del caminar” del
inglés Leslie Stephen (padre de Virginia Woolf), en traducción de finísimo
Andrés Catalán y acompañado por las excelsas ilustraciones de Manuel Marsol,
que ya por sí mismas merecen un aplauso.
Pero centrándonos en el texto
de este filósofo y editor del siglo XIX señalar que es un texto que cumple con
dos objetivos fundamentales: por un lado, al finalizar su lectura no te queda
espacio para la duda sobre la grandeza de lo que supone el paseo como tal, y un
poco más adelante ampliamos sus reflexiones, por otro lado, el vasto recorrido
que hace por novelistas, poetas y filósofos de las islas británicas, el cual
puede provocar a no pocos el gusanillo de volver a retomar a algunos de
aquellos viejos conocidos como Coleridge o Milton, por poner un ejemplo.
Pero ese entrelazamiento que
desvela el vigoroso jardín cultural que Stephen albergaba en su cabeza nos deja
las verdaderas reflexiones sobre una de las grandes pasiones de este autor,
reflexiones que no dejarán a nadie indiferente, y hasta se den por aludidos. En
primer lugar, el inglés sentencia que el paseo, el caminar está libre de
ciertas motivaciones menos nobles, como lo son el alcance de metas absurdas, el
reconocimiento de los demás o de la vanidad. Motivaciones que el ya observaba a
finales de su vida en una moda que inundaba toda Inglaterra: el ciclismo. Y
menos mal que no vivió el boom de la fotografía o del cine, porque si no este
hombre se hubiese ido al campo y para no retornar nunca, marcándose un “Tolstói
a la flema británica”. ¿Y quién de nosotros no somos pecadores hoy en día de
estos deslices?
Él arguye que el verdadero
caminante obtiene y sólo desea el mismo camino como recompensa, imbricando este
argumento con el de la “armonía intelectual que proporcionan el ruido monótono
de los pasos”. Una música natural que está íntimamente relacionada con la
introspección propia de mentes sanas y la meditación (la cual nada tiene que
ver con las pseudonadas de hoy en día).
En definitiva, este texto es
un alegato a favor del individuo reflexivo que hace suyos la poesía y el
camino. Poesía y camino que se encuentran en la montaña, la ladera y el mar; el
amanecer y el atardecer. Un individuo que se aleja, evidentemente, de intentar
sorprender con textos culturales que no llevan a ninguna parte, no más lejos
que su propio ego adulterado y mancillado. Un individuo que acepta las ideas
humildes como el principio y el fin de todo oficio y arte.
Como por ejemplo el de la
hospitalidad y el buen hacer. ¿Les suena?
Pues ya están haciéndose con su ejemplar.
Vicente Velasco Montoya, La Montaña Mágica Librería (Cartagena)
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