“Era como
si hubiera caído una manta y ocultado todo lo que una vez vi y conocí. Era como
empezar la vida de nuevo. Los colores eran distintos, los olores eran
distintos, la sensación que me producían las cosas en el fondo de mí mismo era
distinta. No solo la diferencia entre el calor y el frío, la luz y la
oscuridad, el lila y el gris, sino la diferencia en el modo en que me asustaba
y en el modo en que me ponía contento”.
Trond ha cumplido 67 años, se ha
mudado a una casita a orillas de un lago, en el extremo este de Noruega, sin
televisión, sin teléfono, con la única compañía de su perra Lyra y la intención
de vivir el tiempo que le queda en soledad y siendo plenamente consciente de lo
que hace.
Pero el encuentro con Lars, su vecino,
le llevará a rememorar el verano de 1948, cuando tenía quince años, y aquel
verano se convertiría en el último que pasó con su padre.
Nos ha encantado el modo en que Per
Petterson va contando esta historia, cómo va mezclando escenas de la vida
cotidiana con los recuerdos de aquel verano que lo cambiaría todo, cómo
lentamente se van revelando detalles fundamentales (el propio significado del
título es uno de ellos), y la fuerza que tienen los gestos cotidianos, así como
el paisaje y la naturaleza.
Es un libro duro pero muy muy hermoso.
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