Una casa entendida como huerto donde habitar, una propuesta de Jenofonte para Atenas. Aquí se inicia la promesa de un verdadero saber habitar.
Durante siglos, obligados a leer a Vitruvio, hemos tomado la arquitectura como algo que ocurre entre el delineado y la construcción. De haber empezado leyendo los diálogos socráticos de Jenofonte, Wright y Loos hubieran nacido antes.
Que la casa sea una machine à habiter, una máquina que-hay-que-conseguir-hacer habitable fue algo propio de la edad del progreso.
En la edad de la destrucción, tras la derrota de Atenas en la Guerra del Peloponeso, como tras la derrota de Viena en la Gran Guerra, perdida su fortaleza militar, política, económica, demográfica, moral, la Ciudad se ve reducida a una intento de supervivencia autárquica mientras empieza a penetrar por entre las ruinas, despiadado, el dinero.
Pero en esa casa entendida como potager à habiter, como huerto donde habitar, que propone Jenofonte para Atenas y que cumple Adolf Loos en la Viena empobrecida, se inicia la promesa de un verdadero saber habitar.
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