(Francia, 1850-1893) conoció a los 17 años a Flaubert, quien le presentó a algunos de los escritores más importantes de la época, entre ellos Émile Zola, que publicaría uno de sus primeros y más famosos relatos: «Bola de sebo» (1880), en la antología-manifiesto del naturalismo, Las veladas de Médan. Aunque sus novelas alcanzaron gran notoriedad, serían sus cuentos los que le convertirían en uno de los autores fundamentales del XIX, a la altura de otros maestros del relato como Poe o Chéjov, dos autores citados precisamente por Julien Gracq para explicar el «acertado ensamblaje entre realismo y horror» que supone su narrativa breve, «un autor entre dos polos nerviosos», como lo definiera también Gómez de la Serna.
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