Por una ocurrencia de
su hija, Neil, el narrador de esta novela, se llama a si mismo Rey de los
Proyectos Inacabados.
Actor reconvertido al
sector hostelero, dos veces divorciado, ha mantenido, eso sí, las ganas de
seguir instruyéndose y si hay alguien que marcó su vida, fue Elizabeth Finch,
la profesora que impartió un curso sobre “Cultura y civilización” causando
un tremendo efecto en sus alumnos:
“Su presencia y su ejemplo habían hecho
que mi cerebro cambiase de marcha, habían provocado un cambio cuántico en mi
comprensión del mundo”.
Elizabeth Finch es
EF, una mujer erudita, independiente y enigmática, admiradora del mundo clásico
y que trata de provocar en sus alumnos la libertad de pensamiento, el diálogo,
la crítica, la reflexión.
Para ella, la
historia y la civilización europea dieron un “giro calamitoso” cuando en el
siglo IV el monoteísmo cristiano se impuso a “la luz y el gozo” grecolatinos y
uno de sus héroes es Juliano el Apóstata, el último emperador pagano.
Durante 20 años,
profesora y alumno mantendrán el contacto y, a la muerte de ella, Neil recibe
como legado todos sus cuadernos y documentos; momento en el que nuestro
protagonista no sólo escribirá un ensayo sobre Juliano, concluyendo por fin
algo; sino que querrá desvelar a la fascinante mujer que revolucionó su mente.
Estructurada en tres
partes, con un cierto tono clásico, testimonial y de ensayo filosófico, hemos
leído esta novela como si hubiéramos asistido a las clases de Elizabeth Finch y
también nuestro cerebro tuviera que ensancharse para responder a los desafíos
que nos plantean sus preguntas. Y sí, como Neil, también nos hemos enamorado de
ella y un poco más del escritor británico Julian Barnes.
“La Elizabeth Finch que teníamos
delante era el artículo terminado, la suma de lo que había hecho de sí misma,
de lo que otros la habían ayudado a hacer y de lo que el mundo había proveído.
El mundo no sólo en sus manifestaciones contemporáneas, sino también en su
larga historia. Poco a poco fuimos comprendiendo, y desenchando nuestras torpes
elucubraciones como una primera respuesta ociosa frente a su singularidad. Y,
sin ningún esfuerzo aparente, nos domeñó a todos. No, eso no es del todo
correcto: fue más profundo. Más bien, nos obligó -con su mero ejemplo- a buscar
en nosotros mismos un centro de seriedad”.
Sonia Domínguez, Librería Palas
Los lectores opinan
No hay comentarios, sé el primero en comentar