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Con el «privilegio» de haber llegado a octogenario, Cajal pasó revista en su último libro, editado tras su muerte (y que rápidamente se convirtió en un libro clásico reeditado numerosísimas veces durante medio siglo), a diferentes aspectos de la vida nacional, alguno de los cuales sigue todavía pendiente de resolución. El sabio español es en este volumen un observador, no solo de los muchos e irremediables problemas físicos que trae consigo la senectud, sino también de algunos asuntos fundamentales que su patria no había resuelto y que casi un siglo después continúan sin respuesta. Sobresale entre ellos la escasa vocación estatal por la investigación científica, limitándose a puntuales aportaciones al margen de un proyecto nacional pese a la buena cantera que el país proporciona humanamente. En esta gavilla de escritos no faltan percepciones castizas del mundo madrileño, de esa ciudad en la que cuajó la mayor parte de su biografía humana y científica. Es, en definitiva, un libro profundamente testimonial de un solitario y descreído octogenario de los años treinta, que también podría pertenecer a nuestro tiempo y a nuestra circunstancia histórica más actual. Nuestra edición aporta además un esclarecedor prólogo del médico y escritor Javier Sanz.
Con otros registros más propios de ciudadano observador que de hombre científico, conforma Cajal en este singular libro póstumo una visión del panorama español de su tiempo observada por un escéptico octogenario.
La obra de Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) sigue gozando del aprecio de los seguidores de la Neurociencia no como una reliquia que se venera sino como el sólido precursor que fue, lo cual le valió el «Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1906» tras el Premio Internacional Moscú (1900) y la Medalla Helmholtz (1905). De infancia peculiar y adolescencia aventurera acabó los estudios de Medicina, cuyo título fue el pasaporte para marchar como médico militar a Cuba de donde regresó con alguna merma física por contagio tropical. Desde entonces su pasión fue la investigación histológica, alcanzando las cátedras de Valencia, Barcelona y, finalmente, Madrid, donde llegó en 1892. Su «teoría de la neurona» –como célula independiente cuya actividad se transmite por conexión entre ellas– encauzó definitivamente el mundo de la investigación del sistema nervioso y no son pocos los centros punteros que a día de hoy inician a sus selectos estudiantes con los textos de Cajal, muestra capital de la pervivencia del legado del médico e histólogo español, paradigma del hombre sabio.
(Petilla de Aragón, 1852-Madrid, 1934) pertenece a una familia de menestrales aragoneses. Efectuó sus estudios primarios bajo la tutela de su padre, un cirujano reconocido. Fue catedrático de histología en Barcelona (1887) y Madrid (1892-1922). Con su "Textura del sistema nervioso del hombre y los vertebrados" (1897-1904), sentó las bases de la citología e histología modernas. Compartió el premio Nobel de fisiología y medicina con Camillo Golgi en 1906.
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