Antes de despertar

Articulado en torno al tema del maltrato, muy poco transitado en la poesía española. Del maltrato psicológico, para ser más exactos: dependencia, autoengaño...
Antes de despertar, el primer poemario que publica Dolores Conquero (quien, sin embargo, no es nueva en la poesía, pues en el pasado fue premiada por José Hierro y Claudio Rodríguez), se articula en torno al tema del maltrato, muy poco transitado en la poesía española. Del maltrato psicológico, para ser más exactos. La dependencia, el autoengaño, el sueño de la familia perfecta o las constantes contradicciones en que incurre la mujer durante su relación, son algunos de los temas que Conquero aborda en este libro rotundo e inclasificable. A lo largo de dieciocho poemas, el yo confesional que no biográfico analiza las trampas psicológicas que están detrás de este problema, así como los continuos tiras y aflojas del proceso de liberación, sobre el cual sobrevuela, cual losa, el recuerdo del pasado feliz. Pero, con ser esto importante y novedoso aquí no hay golpes ni violencia, todo es más sutil lo verdaderamente destacable de Antes de despertar son las reflexiones valientes, insólitas que se hace la narradora. Unas reflexiones que, como dice la poeta Verónica Aranda en la introducción, tienen más que ver con las complejidades y los abismos de la mente. ¿En qué piensa un ser humano acorralado?, ¿desea morir?, ¿desea matar?, ¿qué ocurre dentro de alguien cuando descubre su lado menos amable? Con un lenguaje claro, que combina equilibradamente lirismo y coloquialismo, la autora da voz a las víctimas y no evita absolutamente nada.
EL DESCONOCIDO
Eran tus mismas manos
pero, qué poco
de aquellas amables, casi mías.
Eran tus mismas proporciones:
idéntico vaquero
cubriendo la piel
que un día creí sin aristas
sin grandes fisuras.
Eras tú. Eso decían
llaves y documentos.
Desde papeles y fotografías
me mirabas también, y ahí estaban
los ojos largamente amados
la paz apresada
en imágenes de 13 x 15 centímetros.
Eras tú. Pero te retorcías
con movimientos jamás sospechados.
Los gritos
habían sustituido a las palabras
y esa voz, la misma
de la que conocía todas las inflexiones,
me increpaba ahora.
Eras tú, pero ¿dónde estaba
aquel que conoció mi amor
y un día me hizo eterna?
¿En la mirada amenazante?
¿En los ojos salidos de las órbitas?
No, ese desconocido no podías ser tú,
pero entonces ¿quién eras?
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