Prosiguiendo su viaje iniciático, el Narrador de
A la busca de tiempo perdido se adentra en La parte de Guermantes
por los ambientes de la aristocracia, que habían sido míticos...
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Prosiguiendo su viaje iniciático, el Narrador de
A la busca de tiempo perdido se adentra en La parte de Guermantes
por los ambientes de la aristocracia, que habían sido míticos
para sus sueños de adolescente: la visión en la iglesia de
Combray de la duquesa de Guermantes le había embriagado con la sonoridad
del nombre, con la elegancia, que su mente convierte en belleza, de Oriane
de Guermantes. Cuando en París descubre los prestigios del faubourg
Saint-Germain, especie de ciudad prohibida para los simples mortales, el
sueño del Narrador se derrumba: son criaturas dominadas por la frivolidad,
el orgullo y la petulancia; algunas además son turbias; y, merodeando
a su alrededor, un rico ambiente burgués, cómico por sus
pretensiones intelectuales, como el «cogollito» de los Verdurin,
que maniobran en la sombra para ascender en la escala social. Sodoma y Gomorra retrocede para centrarse en el
barón de Charlus: a través de esta exquisita y soberbia criatura
novelesca, el Narrador descubrirá las terribles «ciudades
de la llanura» bíblicas, condenadas al castigo del azufre y
el fuego por sus vicios: es el envés del decorado en el que se pavonea
una aristocracia inútil, en cuya crítica nadie, ni los mayores
nombres de la narrativa realista, ha puesto tanta acidez e ironía.
La brillantez y la belleza que parecían presidir, para el Narrador
adolescente, la vida de la aristocracia, son una ilusión que se
desvanece mientras el héroe va viviendo a tientas la pasión
amorosa que en él habían despertado las muchachas en flor.
Marcel Proust (1871-1922) nació en París en el seno de una familia adinerada y abandonó pronto sus estudios de Derecho para relacionarse con la sociedad elegante de París y dedicarse a escribir. Tras publicar Los placeres y los días (1896) y escribir los cuentos recogidos en El misterioso remitente y otros relatos inéditos (Lumen, 2021) y la novela inacabada Jean Santeuil (que no apareció hasta 1952), Proust, aquejado de asma desde la infancia y convertido en un enfermo crónico, pasó el resto de su vida recluido, sin salir prácticamente nunca de la habitación revestida de corcho donde escribió su obra maestra: En busca del tiempo perdido (Por la parte de Swann, 1913; A la sombra de las muchachas en flor, 1919; La parte de Guermantes, 1920-1921; Sodoma y Gomorra, 1920-1921; La prisionera,1923; Albertine desaparecida, 1925, y El tiempo recobrado, 1927). Se trata del largo monólogo interior de un hombre ocioso que se mueve en la alta sociedad, y, en muchos aspectos, de una obra autobiográfica. En el centenario de su muerte, salen a la luz los textos escritos entre 1907 y 1908 que darían lugar más adelante a En busca del tiempo perdido y que han sido bautizados por la crítica y los expertos como «el grial proustiano»: Los setenta y cinco folios y otros manuscritos inéditos (Lumen, 2022).
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