Nació en Sevilla en 1484 y murió en Madrid en 1566. Vivió más de veinte años en América. Dedicó más de cincuenta años, allí y en España, a la defensa de los indígenas amerindios. Para los conquistadores y encomenderos españoles fue un tábano que no paró de incordiar, con memoriales, relaciones, libelos y tratados. Para los monarcas fue primero una voz autorizada que, con el tiempo y la edad, se iría convirtiendo en un obstáculo incómodo. Para el poder eclesiástico y la Inquisición de la época un virtuoso varón, con influyentes amigos en el Consejo de Indias, al que, por eso mismo, no resultó fácil silenciar. Para los letrados y cortesanos amigos de los conquistadores y encomenderos, fue un intrigante y peligroso con ideas utópicas cada vez más radicales. Pero para los indígenas herederos de las culturas precolombinas de América fue un amigo, un protector, incluso desde la lejanía de la Corte Hispánica de Carlos V o de Felipe II. Para nosotros, hoy, es la conciencia crítica del cristianismo en el choque entre culturas. Dejó una obra inmensa, ignorada, o todavía muy poco conocida, en nuestro país.
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