Para un poeta las palabras son infinitas, se desdoblan, se multiplican, engañan, son traficantes de verdades que no existen, o producen con su voz canora ritmos que imitan a la música. Cada palabra es dueña de sí misma, pero también cada palabra se viste en cada estancia en donde habita. Por eso la palabra "luz" cambia dependiendo de quién la mira, qué la produce, según las sombras con las que convive o si se encuentra en un estado de revelación o de pesimismo; la "luz" cambia si habita en el infierno de dante o en la ceguera blanca de Saramago, si es un fantasma de Shakespeare o un ígneo carromato de Ovidio; la "luz" se percibe según el poeta que juegue con ella o según el lector que la descubra. La reunión de cincuenta poetas mexicanos y la invitación a enfrentarnos a sus palabras es sólo una de esas posibilidades infinitas en ese encuentro lúdico, en ese verter las palabras de cada quien, esas palabras que quizá mañana sean otra cosa. Es una reunión de cincuenta mentes mexicanas que han dedicado su vida a encontrar su propia lectura del mundo, a compartirla sin el afán de tener verdades absolutas, y en ese compartir dejar que el lector encuentre sus propias imágenes y su propia forma de ver el mundo.
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