“Mi madre es mi patria. Cuando la pierda, perderé mi patria”... Theodor Kallifatides se pone tierno en esta narración que gira en torno a su madre, como sólo un hijo, una hija, puede hacerlo con su madre anciana, y, por lo tanto, se deduce, alcanzada cierta edad. Sus viajes a Grecia poseen para él ese doble sentido de regreso: a su patria y a su madre, vertebrado en un único y poderoso sentimiento de pertenencia. El autor nos cuenta un viaje de siete días a su Grecia natal para visitar a su madre, un viaje que suele realizar una vez al año desde Suecia, país en el que vive desde hace más de cuarenta años. Esta vez le acompaña también la lectura sosegada del relato que su padre escribió a petición suya poco antes de morir, en el que cuenta, de manera excepcional, los avatares de su vida. La ternura y añoranza que normalmente despierta el regreso a su país se desbordan con el añadido de esa parte desconocida de su padre. Su país, su ciudad, su madre y su pasado, es decir, el principio de todo: volver. Y si, como dice, “lo pasado es lo único que tenemos”, el regreso se convierte siempre en el encuentro con uno mismo, con una identidad inequívoca y esencial que se abre como una herida en cada paseo por las calles atenienses, en cada instante vivido junto a su madre.
La casa materna es el último refugio donde madre e hijo comparten comidas y cafés, recuerdos, confidencias y risas, miradas y silencios. Una forma de complicidad que estrecha ese vínculo íntimo, invisible e inviolable aun en la distancia. Es la celebración del reencuentro, en el que ninguno puede obviar la posibilidad cada vez más real de una última vez. Con un tono nostálgico, un lenguaje sencillo y entrañable, Kallifatides recupera con casi infantil entusiasmo y benevolencia su condición de niño mimado por las atenciones de su madre, y anticipa de alguna manera el vacío de su muerte. Un hilo invisible quedará colgando y ya nada será igual. Cuando eso suceda, volverá (o no) a Grecia, la que fue su patria, y se reencontrará con un pasado que sentirá inevitablemente más lejano y ajeno que nunca. La frase con la que cierra el libro: “Eso es lo que significa tener una madre. Siempre llevas dentro un principio”, maravillosa, encierra en sí misma la esencia del relato.
Olivia Lahoya Cuende,
Librería Estudio (Miranda de Ebro, Burgos)
Opiniones
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Hijos y madres
Al menos una vez al año Kallifatides regresa a Grecia, de donde se exilió a Suecia en 1967 a raíz del golpe de los coroneles , para visitar a su madre.
Esta vez planea el viaje como una ocasión para escribir sobre ella así que se lleva sus cuadernos de trabajo para recoger sus palabras con fidelidad . Ambos son ya mayores (92 años la madre, 68 el hijo) y no habrá, piensa, muchas oportunidades futuras. Durante una semana conviven en Atenas y mientras tanto el escritor relee unas breves memorias familiares de su padre, charla con su madre y su hermano, visita a sus antiguos amigos y pasea por las irreconocibles calles de su niñez.
Una excelente historia particular que parece universal y que se lee en un suspiro contada con humor . La convulsa historia de los griegos en Turquía, sus vidas quebradas, las guerras, los golpes de estado, el hambre, todo lo que pudiera parecer lejano e increíble hace poco tiempo nos suena ahora a música cercana, en cualquier lugar.
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