Escrito por: Los Libreros Recomiendan
Si en estas selecciones tendemos siempre a recomendar narrativa, podríamos decir que éste es el mes del ensayo. Nos encontramos a Antonio Muñoz Molina y a Alberto Garzón Espinosa intentando explicarnos algo de esta crisis en la que vivimos. El ensayo de Javier Gomá es de un tema más trascendente, refiriéndonos al significado filosófico de la palabra. Y Julián Casanova se atreve con algo muy comentado: ¿está España partida en dos?
Y si decimos que es un mes para el ensayo es porque algunos de los otros títulos que os recomendamos no sabemos muy bien de que género son, teniendo sólo un pie en la narrativa. Sucede con el nuevo libro de Rosa Montero, en el que mezcla un texto sobre Marie Curie con una parte autobiográfica. Europa en el parabrisas es el rescate de un libro de un viajero muy particular, y es un libro de Confluencias, una editorial recién nacida. A su vez, Jordi Puntí recupera sus recuerdos de convivencia con otros niños que no eran nacidos directamente en Cataluña.
Pero, tal como veis, también tenemos novelas para recomendaros. Karl y Anna es una "nouvelle" conmovedora. Naif Súper es el libro de humor del que más se habla en este momento. Y, por último, Apuntes de un vendedor de mujeres es uno de los últimos libros publicados por Anagrama, lo que ya es más que un argumento.
Escrito por: Librería Los portadores de suenos
Todos hemos tenido alguna vez el sentimiento de pertenencia a un grupo o a un lugar, igual que hemos sentido estar en un lugar que otros reivindican como suyo. La niñez es ese territorio donde se construye la identidad y se observa curioso lo que es diferente, con una mezcla de desconfianza y de la excitación que provoca lo desconocido. Un territorio donde se mira con ganas de descubrir. Sobre eso trata este libro: sobre el descubrimiento de la vida y de la identidad propia y ajena, tan distintas pero tan parecidas en esencia.
Jordi Puntí cuenta en Los castellanos la llegada a Manlleu, su pueblo natal, de los primeros emigrantes que dejaron el sur y se instalaron en la zona industrial de Cataluña buscando prosperidad. Eran los años setenta y las calles todavía sin asfaltar acogieron los bloques de pisos (“Can García”, “Can Mateu“) donde se instalaban las familias que iban llegando, juntas, como si manteniendo la cercanía mantuvieran también las raíces y la distancia con sus pueblos de Andalucía, Extremadura o Murcia se hiciera un poco más corta.
Castellanos y catalanes se repartían el territorio: vivían en zonas distintas, no se mezclaban en los bares, llevaban a sus hijos a colegios diferentes: los castellanos, a la escuela pública, donde se enseñaba en catalán, probablemente (y, quizá, sin saberlo) para que sus hijos se integraran cuanto antes; los catalanes, a los Hermanos de La Salle, privado y con enseñanza en castellano. Los niños catalanes miraban a los castellanos con la desconfianza aprendida de los mayores, “con ese recelo inveterado, ese temor irracional a todo lo que era forastero y desconocido”. Entre ellos existía una relación tan contradictoria como lo es todo en la niñez: se temían a la vez que se desafiaban, se despreciaban a la vez que se envidiaban, se evitaban a la vez que se buscaban para relacionarse a través de provocaciones y de pedradas en el descampado al que Puntí llama “el campo de batalla”.
“La infancia es una ficción”,
dice Jordi Puntí, y en este libro la reconstruye para que el lector la descubra con la misma mezcla de ingenuidad y asombro con la que esos chicos vivieron el paso de la niñez a la adolescencia, un territorio diferente donde las fronteras se diluyen y la desconfianza y el recelo dan paso a la normalidad y a la convivencia. Los castellanos es una memoria sentimental, una hermosa historia de aprendizaje construida a partir de recuerdos filtrados por la madurez que da el tiempo.
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