John Barleycorn es el feliz apodo que inventa Jack
London para referirse al alcohol. Tan determinante
fue este en su vida que sus memorias llevan
su nombre, como si ambos fueran...
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John Barleycorn es el feliz apodo que inventa Jack
London para referirse al alcohol. Tan determinante
fue este en su vida que sus memorias llevan
su nombre, como si ambos fueran sinónimos y el
autor pudiera escribir: “el alcohol es mi vida o mi
vida es alcohol, tanto da lo uno como lo otro”.
He aquí, sin duda, la primera y más importante
conclusión a la que llega London cuando repasa sus
días: que cuando el alcohol atrapa a sus víctimas las
secuestra hasta el día mismo en que mueren.
Estas memorias están repletas de aventuras y de
anécdotas divertidas, pero la Lógica Blanca, que
es la forma de pensar de los alcohólicos, impide
que London vuelva la mirada atrás con la alegría
de quien, al final de sus días, exclama satisfecho
que volvería una y cien veces a vivir lo vivido.
Antes bien, lo que esta Lógica enseña es que en
el futuro se habría de vivir de una forma completamente
distinta: que el alcohol debe ser erradicado,
incluso como mera posibilidad, de las biografías
de los niños del futuro.
Esta obra invita a pensar en los estragos que
causa el alcoholismo y anima a tomar medidas
extremas para combatirlo y que no enturbie
nunca más la vida de los jóvenes.
Jack London (1876-1916), seudónimo de John Griffith Chaney, es uno de los grandes escritores estadounidenses de los albores del siglo XX. Su mundo se inspira en una interpretación muy subjetiva de la filosofía de Nietzsche y se construye a partir del principio de lucha por la supervivencia. Nacido en San Francisco, fue esencialmente un niño autodidacta que leía con avidez los fondos de la biblioteca pública. Con diecisiete años se embarcó en su primera goleta, rumbo a Japón, su primera gran travesía en alta mar. Tras varias experiencias como marinero y vagabundo -razón por la que también fue encarcelado-, London acudió a la Oakland High School y, posteriormente, a la Universidad de California, que tuvo que abandonar por problemas económicos. Intrépido ilustrado, él, como muchos, sufrió la fiebre del oro hasta que, finalmente, sededicó a la escritura. De entre su obra, a menudo nutrida de sus propias aventuras, cabe destacar La llamada de lo salvaje (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906) y Martin Eden (1909).
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