Una bruja. Un espantapájaros. Y una de esas historias a las que Orson Welles llamaba «inmortales» (y nunca mejor dicho en este caso).
Nathaniel Hawthorne era experto en el «vaciad...
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Una bruja. Un espantapájaros. Y una de esas historias a las que Orson Welles llamaba «inmortales» (y nunca mejor dicho en este caso).
Nathaniel Hawthorne era experto en el «vaciado psicológico» de sus personajes, algo que aproxima su literatura, sin duda, a algunos de los escritores modernos más radicales, como sus grandes admiradores Melville, Kafka y Beckett.
El otro elemento que hace de Hawthorne un contemporáneo nuestro es, por extraño que parezca, su debilidad por la alegoría: un umbral entre tiempos, una suerte de mecanismo que se afana por traer de vuelta un pasado condenado a la desaparición y al olvido.
El espantapájaros ocupa un lugar muy particular en la obra de Hawthorne. Se trata de una de las piezas mejor logradas de toda su producción. Y lo es precisamente por el rigor con el que asume, y al cabo exaspera, sus premisas alegóricas: he aquí, ante el lector del siglo XXI, una estupenda vanitas, ese extraño género de bodegón alegórico, tan popular en el Barroco, que juntaba en el cuadro objetos inanimados y efímeros con el fin de aleccionar al espectador sobre la fugacidad de la vida y la banalidad de los placeres mundanos. Pocos relatos encierran tan fértiles contradicciones como éste. Pocos hay tan sugerentes.
Nathaniel Hawthorne (1804-1864), cuyos trabajos muestran una profunda conciencia de los problemas éticos del pecado, el castigo y la expiación, se dedicó pronto a la literatura. Entre sus obras destacan el conjunto de cuentos Musgos de una vieja rectoría (1846), inspirados en su casa de Concord en Massachusetts, La letra escarlata (1850), La casa de los siete tejados (1851) y El libro de las maravillas para chicas y chicos (1852). También en 1852 escribió la biografía de su amigo Frankling Pierce, también escritor, que llegaría a ser presidente de Estados Unidos. Tras su elección Pierce recompensó a Hawthorne con el cargo de cónsul en Liverpool, que mantuvo hasta 1857. Durante los dos años siguientes vivió en Italia, donde recogió materiales para su novela El fauno de mármol (1860). Murió en Plymouth en 1864. Entre sus obras póstumas se encuentran Septimius Felton o el elixir de la vida (1972), El romance de Dolliver (1876), El secreto del doctor Grimshawe (1883) y sus Cuadernos americanos (1868), Cuadernos ingleses (1870) y Cuadernos franceses e italianos (1871).
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