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Hay escritores que se fundan desde abajo, alejados de los salones literarios y las academias, de esos lugares donde colocan una alfombra roja para guiar el talento en ciernes, que se forjan por una pulsión contra un destino que no les esperaba en el parnaso de las letras. Jack London es uno de esos escritores. Porque nadie creyó que un hijo de clase baja, que a los quince años era un pandillero suburbial, el cual se emborrachaba y peleaba, que vendía periódicos para tener algún dinero, pudiese llegar a ser uno de los principales escritores norteamericanos y una referencia literaria mundial. Cuando murió con tan solo cuarenta años, Jack London había trabajado en los más diversos oficios, en un molino de yute, en una central eléctrica de ferrocarril, en una fábrica de enlatados, marinero, minero y buscador de oro, ladrón de ostras y luego miembro de una patrullera pesquera que perseguía a esos ladrones, traficante de opio y contrabandista de whisky, colaborador periodístico y corresponsal en Sudáfrica y Corea... Fue también vagabundo y preso, alcohólico, autor de best sellers que le hicieron multimillonario.
Jack London (1876-1916), seudónimo de John Griffith Chaney, es uno de los grandes escritores estadounidenses de los albores del siglo XX. Su mundo se inspira en una interpretación muy subjetiva de la filosofía de Nietzsche y se construye a partir del principio de lucha por la supervivencia. Nacido en San Francisco, fue esencialmente un niño autodidacta que leía con avidez los fondos de la biblioteca pública. Con diecisiete años se embarcó en su primera goleta, rumbo a Japón, su primera gran travesía en alta mar. Tras varias experiencias como marinero y vagabundo -razón por la que también fue encarcelado-, London acudió a la Oakland High School y, posteriormente, a la Universidad de California, que tuvo que abandonar por problemas económicos. Intrépido ilustrado, él, como muchos, sufrió la fiebre del oro hasta que, finalmente, sededicó a la escritura. De entre su obra, a menudo nutrida de sus propias aventuras, cabe destacar La llamada de lo salvaje (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906) y Martin Eden (1909).
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