Poco y mal conocida allende sus reales, para asistir a las grandes fiestas europeas, la poesía rumana exige un ceremonial que ya no se lleva en las otras Cortes.No es que sea tan diferente: se sabe todos los modales, luce los mismos trajes y tiene el mismo andar, pero camina con menos prisa, un poco aislada, acostumbra la media voz, la media sombra, y al ser mirada con tanta desconfianza, desconfía de los halagos ajenos. Se entretiene, eso sí, con los de corazón en la mano, les tienta y les quita las noches. Luego, se pone grave, a veces triste y casi nunca muy alegre.Afuera de sus murallas, por ignorancia, el idioma que usa resulta extraño, casi un remedo dentro del cual se mecen árboles de raíces siempre latinas pero que a veces tienen ramas eslavas, caen lluvias griegas, los relámpagos son como cimitarras turcas y los truenos hablan como las estrellas de mundos y pueblos que ya no existen.Mientras tanto, dentro de las murallas, en sus desconocidos y doloridos parajes bizantinos, los sonidos crecen como la hierba, la hierba ondea como el mismo mar bajo tramontana y el mar le golpea rítmica y pausadamente l
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