¡Imágenes! ¡Imágenes! ¡Imágenes!
Muy a menudo, antes de averiguarlo, me he preguntado de dónde vendrían
la multitud de escenas animadas que poblaban en tropel mis ensueños;
porque...
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¡Imágenes! ¡Imágenes! ¡Imágenes!
Muy a menudo, antes de averiguarlo, me he preguntado de dónde vendrían
la multitud de escenas animadas que poblaban en tropel mis ensueños;
porque en la vida real no había visto nunca nada semejante a las
imágenes de mis sueños. Esas imágenes torturaron mi
infancia, convirtiendo mis noches en procesión de pesadillas; ellas
me convencieron, poco después, de que yo era diferente de mis semejantes,
criatura innatural y maldita.
Sólo durante el día lograba algo de felicidad. Mis noches
señalaban el comienzo del reino del terror. ¡Y qué
terror! Me atrevo a afirmar que ninguno de los hombres que han hollado
la tierra se vio jamás atormentado por un terror semejante y tan
intenso como el mío. Porque el mío es el terror de remotísimos
tiempos, el terror desenfrenado del mundo primitivo. En resumen, era el
terror que imperaba, supremo, en el período que llamamos Pleistoceno
Medio.
Jack London (1876-1916), seudónimo de John Griffith Chaney, es uno de los grandes escritores estadounidenses de los albores del siglo XX. Su mundo se inspira en una interpretación muy subjetiva de la filosofía de Nietzsche y se construye a partir del principio de lucha por la supervivencia. Nacido en San Francisco, fue esencialmente un niño autodidacta que leía con avidez los fondos de la biblioteca pública. Con diecisiete años se embarcó en su primera goleta, rumbo a Japón, su primera gran travesía en alta mar. Tras varias experiencias como marinero y vagabundo -razón por la que también fue encarcelado-, London acudió a la Oakland High School y, posteriormente, a la Universidad de California, que tuvo que abandonar por problemas económicos. Intrépido ilustrado, él, como muchos, sufrió la fiebre del oro hasta que, finalmente, sededicó a la escritura. De entre su obra, a menudo nutrida de sus propias aventuras, cabe destacar La llamada de lo salvaje (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906) y Martin Eden (1909).
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