Con el dolor todavía reciente por la matanza de todos los miembros de su comunidad, "con quienes tanto quería", y a la vez con la serenidad, la capacidad de análisis y la hondura de espíritu que le dan sus muchos e intensos años de labor teológica en El Salvador, Jon Sobrino ha elaborado un extraordinario relato en el que, tras referirnos los sentimientos que le produjo la terrible noticia, nos cuenta quiénes y cómo eran los jesuitas asesinados ("seres humanos honrados con la realidad, creyentes en Dios, seguidores de Jesús y jesuitas cabales de finales de siglo XX en un país del tercer mundo"); por qué los mataron ("por ser conciencia crítica en una sociedad de pecado, y conciencia creativa de una futura sociedad distinta, la utopía del reino de Dios en favor de los pobres"); y quiénes los mataron, que son muchos más que los 30 autores materiales del horrendo crimen: "Todos aquellos que buscan acumular dinero y sólo piensan en vivir mejor deberían mirarse en el espejo de la víctimas de este mundo para ver sin tapujos los males que generan".
A continuación, Jon Sobrino, en un lúcido análisis se pregunta: ¿Qué Universidad nos dejan? (... una nueva idea de universidad cristiana para nuestro tiempo... donde el saber universitario y cristiano debe y puede ser puesto al servicio de los pobres) ¿Qué Iglesia nos dejan? ("... una Iglesia de los pobres objeto de todo tipo de sospechas, descréditos y condenas que, con todas sus limitaciones y errores, está produciendo mucha fe, mucha esperanza, mucho amor y mucho martirio) ¿Qué Teología nos dejan? (.. una teología de la liberación que es la que ha dado respuesta al mayor problema de la humanidad de hoy, que es el viciamiento de la misma creación de Dios a causa de la pobreza, la opresión y la muerte, unificando en su propio quehacer fe y justicia, teoría y praxis, telogía y espiritualidad)
¿Qué es lo que nos queda en verdad?, se pregunta finalmente. Y la respuesta es : "Una Iglesia diezmada y un pueblo aún más desprotegido".
Pero además nos ha quedado "su espíritu, que espero que resucite, como Monseñor Romero, en el pueblo salvadoreño, para que sigan siendo luz en este túnel de oscuridad, en este país de desventuras sin cuento... Nos dejan un grito al mundo entero, que no quiere escuchar estos clamores, que los ignora con facilidad cuando son los clamores de campesinos anónimos, por que, esta vez al menos, no ha podido menos de escucharlos..."
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