¿Qué sucede si -como escribe Juan Luis Segundo- 'la verdad sólo es tal cuando se convierte en comunicación real'? Pues ocurren, al menos, estas tres cosas: a) Pretender sólo conservar intacto el depósito de la Revelación es una de las mejores maneras de ser infiel a él, de corromperlo y de traicionarlo. b) Pretender comunicar la revelación del Dios de Jesús sólo desde la autoridad extrínseca y desde la imposición exterior significa deformarla ya de entrada. c) Ambas tesis tienen múltiples e importantísimas consecuencias eclesiológicas que caben en esta frase, tantas veces repetida por papas y teólogos: la Iglesia existe sólo para el bien de los hombres y no para bien de sí misma. Y ese bien de los hombres no es ni un bien abstracto ni un maximalismo inalcanzable, sino el mayor bien posible en cada circunstancia, situación y persona concretas. Así se expresa J.I. González Faus en su prólogo a la presente obra de Juan Luis Segundo, donde el teólogo uruguayo, mediante un recorrido por el Antiguo y el Nuevo Testamento y la historia de la Iglesia, estudia las relaciones entre la fe, la revelación y el magisterio dogmático, reivindicando algo que quedó muy claro en el Vaticano II: que la revelación de Dios no está destinada a que el hombre sepa (lo que de otro modo sería imposible saber), sino a que el hombre sea de otra manera y actúe mejor. Sólo así podrá ser verdad algo que, por más tópica que pueda parecer su formulación, resulta urgente recuperar: que el dogma sea para el hombre, y no el hombre para el dogma. González Faus llama también la atención sobre el carácter llamativamente integrador de este libro, tan profundamente respetuoso de todo y de todos, aun de aquellos de quienes disiente. Porque todo y todos están mirados desde la óptica creyente, que cuenta con que también de ellos se habrá valido el Espíritu, incluso a pesar de ellos. De todo podrá sacar punta el Espíritu. Y por eso esta obra, que parece tan crítica (y que quizá se le atragante a quien no la entienda), resulta ser, paradójicamente, tan esperanzada. Y concluye con la esperanza, como podrá ver el lector al llegar al último capítulo.
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