Nueva York, 1940. J. D. Salinger es un chico larguirucho de veintiún años. Escribe relatos e intenta que se los publiquen las revistas literarias del momento. Oona O'Neill tiene quince años y es hija del gran dramaturgo Eugene O'Neill. Es tremendamente bella y se codea con lo más granado de la sociedad neoyorquina. Oona y Salinger se conocen y salen durante un tiempo. Pero al cabo de dos años, tras el bombardeo de Pearl Harbor, Salinger se alista en el ejército y se separan. Él participa en el desembarco de Normandía y ella se casa en 1943 con Charles Chaplin, con quien permanecerá hasta la muerte de él, en 1977, y tendrá ocho hijos. Salinger escribe a Oona cartas que nunca han salido a la luz. Hasta aquí los hechos conocidos. Pero Frédéric Beigbeder, fascinado por los protagonistas de este relato interrumpido, decide contarnos la historia entera. Rellena los huecos, recrea lugares y ambientes, fabula diálogos. Incluso reescribe las cartas de los amantes e imagina un último encuentro fugaz, al cabo de cuarenta años, en Grand Central Station. En un inteligente ejercicio de historia ficción, o de faction, como lo llama él, consigue conmovernos con la historia de amor y desamor de dos personajes que terminaron teniendo su papel en la historia del siglo XX. Y, por el camino, el autor nos habla del Nueva York de los años cuarenta, de la Segunda Guerra Mundial, de cine, de literatura. Y da voz a Truman Capote, Ernest Hemingway o Charlie Chaplin, entre otros. Y escribe también, cómo no, sobre sí mismo. Sobre su obsesión por seguir siendo joven a pesar de la edad, su admiración por el autor de El guardián entre el centeno y su amor platónico por Oona, sobre su condición de escritor. Y hasta sobre su romance con su actual esposa, veinticinco años más joven que él, que quiere ver como un reflejo de la relación entre Chaplin y Oona O'Neill, o entre Salinger y sus jóvenes amantes. Socarrón, como siempre, Beigbeder salpimenta el conjunto con sus acostumbradas píldoras de sabiduría vital: «La vejez es cuando empiezas a tener tiempo para interesarte por los nombres de los pájaros.»
Escrito por: Librería La Buena Vida - Cafe del Libro
El misterio que crea el silencio sobre la historia de los escritores es un manto que muchas veces cubre toda su obra. Los libros de Salinger se han editado desde el primer ejemplar sin sinopsis, con las cubiertas más sencillas posibles y sin ninguna pista mercadotécnica que marque la lectura. Son unos cantos que chocan contra el agua de la lectura, donde crean melodías inesperadas, roban el aliento y dibujan una sonrisa triste llena de comprensión.
A Salinger se le reconoce en tres fotos: una de militar, otra con la típica pose del escritor envuelto en humo y una en la que intenta destruir el objetivo que inmortaliza su desaparición. Este encierro en vida, entre los árboles de un bosque de Cornish, es una de esas luchas silenciosas contra el mundo y su reconocimeinto que solo sirven para crecer la expectación.
La reconstrucción del silencio de este escritor empezó en Salinger, de David Shields y Shane Salerno, un monumental intento de biografiar a un hombre que se esforzó por no dejar huellas. En este libro se mezclan las pocas entrevistas que dio, las palabras de quienes lo conocieron o la reconstrucción más bien ficcional de estos dos autores para crear un mapa de ecos donde se proyectan las sombras de Salinger, sin usar en ningún momento la luz frontal.
En Oona y Salinger, Beigbeder sigue este ejemplo de reconstrucción histórica pero le suma unas cucharadas más de ficción. El resultado tras un horneado largo es una ficción, donde la sucesión de los hechos es histórica pero a la que se le suman palabras, diálogos, cartas, pensamientos y lamentos creados por el escritor francés. Una especie de reconstrucción de un fan para una historia misteriosa, en la que el amor duró un suspiro, pero que dejó su huella durante bastante tiempo.
Aunque la historia de amor entre el autor de El guardián entre el centeno y la futura mujer de Chaplin no encuentra muchas veces las palabras ni las fórmulas creíbles (rozando en ocasiones el carril de lo cursi), Beigbeder consigue recrear el clima que vivían los soldados mientras liberaban poco a poco Europa. Este Salinger ve cómo la playa de Normandía tiene más sangre que sal, se emborracha con Hemingway en medio de la felicidad de la liberación parisina y sus pesadillas se llenan del horror de encontrar los campos de concentración nazis.
Oona y Salinger es un disfraz para que Beigbeder consiga encontrarse con su ídolo, un Salinger que jamás le habría abierto la puerta de su guarida. La fascinación de decir no a la vida y dejar que pasen los años sobre sus palabras sin ninguna novedad en el frente es lo que le empuja a actuar y rehacer lo que Salinger, como las cubiertas de sus libros, prefirió dejar en blanco.
Pilar Torres, La Buena Vida - Café del Libro, Madrid.
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