Por regla general, los textos clásicos que conmemoran a los hombres verdaderamente esforzados que ha dado la historia suelen centrarse en dos tipos, los héroes y los sabios.
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Por regla general, los textos clásicos que conmemoran a los hombres verdaderamente esforzados que ha dado la historia suelen centrarse en dos tipos, los héroes y los sabios.
Aunque la sangre derramada por los primeros suscita una muy sana envidia, hay algo inhumano en ellos; en cuanto a los segundos, no hay un criterio que sea eficaz del todo para distinguirlos de los impostores, y su carácter benefactor es, en todo caso, solitario e individual.
Sin embargo, los reyes, los políticos en general, tienen que facilitar la pacífica convivencia de los hombres, siendo ellos muy humanos. Baltasar Gracián hace una semblanza de los más notables, entre los que sobresale nuestro Fernando el Católico.
Baltasar Gracián (1601-1658) se inició en el estudio de las letras europeas a muy temprana edad. Fascinado por materias de ética y teología, ingresó en el noviciado en 1619 para ordenarse sacerdote ocho años después. De ahí en adelante, consagró su vida a la docencia de humanidades y filosofía en distintas instituciones y a la predicación, así como a la redacción de los textos que le procuraron un lugar destacado entre los autores del Siglo de Oro. Sin embargo, estos le reportaron también desavenencias y conflictos con los miembros de su orden, que señalaban con dedo acusador el contenido escasamente doctrinal de sus obras, abordadas desde una perspectiva profana. De este modo, Gracián publicó bajo seudónimo obras tales como El Héroe (1637), El Político (1640), Arte de ingenio, tratado de la agudeza (1642, 1648), El discreto (1646), Oráculo manual y arte de prudencia (1647) y El Criticón (1651, 1653, 1657), cuya tercera parte determinó la caída en desgracia del autor, condenado a penitencia hasta su muerte. Su producción, sin embargo, ha influido notablemente a autores europeos posteriores de la talla de François de La Rochefoucauld y Arthur Schopenhauer.
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